DE mayor –de más mayor– me pido estar como el emérito. Con su cadera izquierda me adelanté al tiempo y, aunque prometo no matar elefantes, emborrachar mitrofanes ni adular a princesas ricachonas, me pone lo de pasearme con nocturnidad cual octogenario por selectos clubes privados y el palco de Stamford Bridge, con guardaespaldas atentos a mi movilidad, aunque sea para sufrir al equipo del Régimen, del antiguo y del presente. Llegados a este renglón seguro que hay ya algún español ofendidito ahora que, si bien el país no está para bromas, lo del humor no se lleva bien si es para parodiar a sus vírgenes pero sí para ridiculizar –o humillar– la fanfarronería vasca o la cicatería catalana. Al Borbón solo le faltó ayer saludar con el último grito a lo Bisbal y con tono de los payasos de la tele: “¿Cómo están los (sic) máquinas?”. Casaría además con la estrategia populachera emprendida por su hijo de acercarse al pueblo llano mientras Letizia se deja sonrojar por las abuelas o participa en los Tik-Tok de la chavalería. Visto mejor, y ahora que Hacienda me vuelve a sablear, me apunto a parecerme a sus nietos. A la bartola junto al yayo en Abu Dabi y trasladando allí su residencia fiscal para no declarar sus herencias. ¡Para troncharse! Tanto como el hecho de que la AVT haya condecorado a Ana Rosa con la medalla de honor por su trabajo contra el terrorismo de ETA, igual por denunciar que sus comunicados los redactaba el negro que a ella le escribía los libros.

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