Capaz de vociferar una cosa y la contraria en horas, el PP va camino de cortejar a la comunidad prorrusa con tal de amarrar votos con los que perpetrar -literalmente- su asalto al poder, misión en cuestión porque nunca antes un candidato fue capaz de autoinmolarse tanto como lo hace Feijóo cuando habla y cuando calla. Su última inspiración divina, con el torpe plácet de quienes cobran por cuidar su figura política, consistió en rodearse de una telepredicadora evangélica para ganarse el voto latino, una charlatana capaz de promover retiros espirituales para curar la homosexualidad y de sostener sin rubor que puede curar el cáncer con la imposición de las manos. Según el senador Maroto, sucedió porque desde Génova sí que se “atreven a dar la voz a otros colectivos que piensan distinto”. Confunde, sin embargo, atrevimiento con osadía: la de dar pábulo al corrupto imperio de bocachanclas que se desenvuelven en ejercicios de sobreactuación, alaridos y mensajes apocalípticos mientras la Conferencia Episcopal, cuando le usurpan su reducido nicho, se pone de perfil y pasa el trance fumándose un puro al estilo aznariano. Quién sabe si en el próximo mitin puedan ofertarle una sesión de espiritismo o leerle el futuro a través de los posos del café a cambio de su papeleta. ¡Quién imaginaba al PP profanando el segundo mandamiento! No solo toma el nombre de Dios en vano; se lo pasa por debajo del forro con tal de dar el gran golpe.   

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