LO de los bancos y los sustos es una costumbre y la parroquia circula por la calle con el corazón encogido. En cada barrio de Bilbao, en la taberna más castiza, hay un feligrés llamando a la revolución. Recordando cuánto ganan los banqueros básicamente por apretar las clavijas a las familias hipotecadas. Mientras hacen de las suyas con inversiones aquí y allá en cosas intangibles que, por pura definición, van terminar explotando como un globo extrahinchado. Sabemos que eso no es así en realidad, pero es el razonamiento más básico y sencillo. Podría decirse que hasta irrebatible. Lo que es complicado de entender es porqué cada cierto tiempo quiebra un banco y genera un tsunami que pone a la economía contra las cuerdas. Y qué hacen los supervisores del sistema financiero entre quiebra y quiebra para ganarse su sueldo con muchos ceros. Por ahí vienen casi todas las dudas. También llegan muchas dudas por el lado de los grandes banqueros e inversores de prestigio que han terminado en la cárcel por cuestiones tan diversas como tangenciales en lo básico: el único propósito de todos ellos era vivir sobre una montaña de lujo. Pero quitando del análisis todo ese irritante grano y más allá de la paja que pueden generar los debates de bar o de tertulia televisiva, lo cierto es que asoma otro sobresalto bancario. Y no se trata de un Bankia con pies de barro por la erosión de la corrupción, sino de lo que el BCE denomina banca sistémica, la que tiene la obligación de vigilar.
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