Aquí hay algo que no me cuadra y barajo tres hipótesis no excluyentes. O hay tiendas excesivamente grandes -tanto que por sus pasillos bien podría pasar alguna etapa del Tour- o yo soy demasiado pequeña, el personal me confunde con un maniquí infantil y me ignora o hay alguien que se está ahorrando el sueldo de unos cuantos empleados y no miro a nadie, pero ya me entienden. La cosa es que hay comercios donde a mediodía es más fácil que te des de bruces con Wally -la versión actualizada de una aguja en un pajar- que con un dependiente. Y cuando divisas a uno, si es que te has llevado las gafas de lejos y, en el peor de los casos, unos prismáticos, alcanzarlo antes de que vuelva a desaparecer entre los lineales es misión imposible. A no ser que te pille en la sección de patinetes eléctricos y emprendas una persecución en plan Starsky y Hutch. Si tienes la suerte de alcanzarlo es probable que ya se te haya olvidado qué es lo que le ibas a preguntar. En caso de que te acuerdes, tienes que acometer el camino de regreso a la estantería de partida, donde estaba el artículo en cuestión, con un ojo puesto en el GPS y otro en el trabajador, porque hay algunos con tendencia a extraviarse. Aconsejo coger patinete de dos plazas para acortar tiempos y minimizar riesgos. En las cajas de autocobro hay un par de empleados para quitar las alarmas. En la puerta, un vigilante. Que ya puestos, si quieren, me autocacheo. 

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