SALVANDO las distancias, que no son pocas, me declaro fan del Papa Francisco, quien no solo debe lidiar contra el guerracivilismo en el Vaticano, con los odios por parte de los sectores conservadores de la Curia que consideran su enfoque doctrinal demasiado laxo, sino también hacer frente al postureo de ciertos dirigentes políticos. Año y medio después de que Díaz Ayuso despotricara como solo ella es capaz cuando él pidió perdón a México por los pecados de la Iglesia, Bergoglio se ha visto en la tesitura de recibir en audiencia a la lideresa y su acólito Almeida. El Sumo Pontífice, que de sorna y sarcasmo sabe un rato, no tuvo otra salida mejor que acordarse ante el alcalde de su predecesora: “El heredero de la gran Manuela”, le espetó para sonrojo del regidor, que olvidó la amistad que Carmena y el Santo Padre fraguaron hasta el punto de que ella le definía como “el Papa del Humanismo”. Ayuso, que horas antes ejerció de sicaria contra la izquierda apelando a los suyos a “matarla” dialécticamente, quizás aprovechó para susurrarle clemencia por los desfavorecidos, que en su equipo los hay, en tanto que la discriminatoria política de “ayudas sociales para todos”, vistas de Gucci o de mercadillo, premia a dos de sus altos cargos con sendos bonos sociales por ser familia numerosa pese a nadar en la abundancia. “¡Qué son 16 euros!”, dice ella, que sabe de economía doméstica en crisis como yo de ciencias religiosas. Santa paciencia la nuestra.

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