Y a partir de hoy, ¿qué? El partido no ha llegado siquiera al empate y no son pocos quienes han enarbolado la bandera del movimiento feminista como si ayer se celebrara no sé qué victoria, más allá de que, al menos, ahora la mujer está en el centro del debate. Días de folklore institucional y de pinkwashing, estrategias de mercadotecnia vinculadas a la igualdad a modo de lavado de imagen, que dejan paso a la cruda realidad. Historias de avances, bienvenidos sean, que esconden otras donde, por ejemplo, entre el personal de limpieza (femenino) de un museo y el encargado de la limpieza viaria (sí, hombres) existe una brecha salarial de 7.000 euros porque los pluses son testiculares. Rémoras perpetuadas por un sistema educacional arraigado en el heteropatriarcado por el que ellas nunca romperán ningún techo de cristal mientras nosotros no freguemos los azulejos del suelo. Una cultura que reproduce actitudes machistas y perpetúa la desigualdad y que obliga a cultivar una enseñanza afectiva y sexual que reporte nuevos referentes de masculinidad con la tolerancia como epicentro. La paridad y la cuotas poco tienen de útil si no las aprovechamos para ampliar conquistas. Decía la activista Estelle Ramey que “la igualdad llegará cuando una mujer tonta pueda llegar tan lejos como hoy lo hace un hombre tonto”. Pero no basta con vanaglariorase de que sí que lo han logrado ésta o la otra. O lo consiguen todas o no sirve con que lo haga una sola.

isantamaria@deia.eus