SERÁ que mis neuronas decidieron fundirse ayer, en solidaridad con la mozzarella, con motivo del Día Mundial de la Pizza, porque si no, no le encuentro otra explicación. Tenía clavada ahí dentro –junto al cuerpecito empapado de Aylan, tumbado boca abajo en la orilla de la playa– la mirada perdida de Mesut Hancer, el hombre agazapado que acompañaba de la mano a su hija muerta, sepultada bajo los escombros de su casa derruida en Turquía. Y me disponía a gritar silenciosamente, a agarrar solapas metafóricamente y a maldecir educadamente. Sin embargo, me dio por reflexionar absurdamente sobre lo mucho que cambian los significados de las palabras según quién, cómo y dónde las pronuncie. Según quién, cómo y dónde las disfrute o las sufra. Y sin quererlo, casi avergonzada, me sorprendí pensando en La Terremoto de Alcorcón, una vedette cómica, y en Chicho Terremoto, un personaje de dibujos animados. Ya ven qué frivolidad. Dos terremotos de entretenimiento frente a uno descomunal de destrucción y muerte. Por si fuera poco, ahondé involuntariamente en el asunto acordándome de esa cancioncilla con la que se jalea en las fiestas al homenajeado: “Ese Peru, como mola, se merece una ola... otra ola... ¡un tsunami!”. ¿Un tsunami? 230.000 personas fallecidas en el que se originó en Indonesia en 2004. Si no fuera por el de La Palma, volcán aún nos evocaría pasión. Por suerte una marea de solidaridad se llevó consigo todos esos pensamientos.

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