YA decía Shakespeare que el infierno está vacío porque todos los demonios están aquí y la inflación no respeta ni la fiesta de los espíritus. Los críos se van a romper la cabeza este año ideando trastadas porque no está el patio ni para regalar chuches. Incluso un 53% más caras andan algunas chocolatinas por este mundo en el que nos amargan hasta el dulce y no hace falta que sea Halloween para saber que el terror nos acecha por los cuatro costados. Problemas logísticos, la subida de los costes energéticos y la falta de ingredientes clave se conjuran para darnos un susto de muerte también para satisfacer los deseos de esa muchachada que deberá disfrazarse con trajes hechos a base de restos de cartones de leche, las hojas de periódico que dicen ya no se leen y los complementos de invierno que siguen arrinconados en el armario por el bochorno nocturno que aún nos acecha. La historia tendría su gracia si no fuera porque no es preciso bucear en leyendas ni visitar Sleepy Hollow para encontrarnos con jinetes sin cabeza, ruinas tenebrosas, cuerpos hacinados en cunetas y la maldad reencarnada en despiadados líderes de carne y hueso. Los monstruos son reales, viven con nosotros y, a veces, ganan, narraba Stephen King. Son los codiciosos a quienes no se les pone nada por delante con tal de jalear que el muerto a la sepultura y el vivo a la travesura. Entre el truco y el trato siempre escogen lo primero. No está la cosa ni para ser un pelín fantasma.
isantamaria@deia.eus