NADA hay más artístico que vandalizar el arte. Me van a perdonar pero después del Monet atacado con puré de patatas en un museo de Potsdam tras el estupor con el tomate y Los Girasoles, la segunda parida de este serial de niñatos aburridos con su activismo mal entendido, empieza a estomagar al planeta entero. Hay jóvenes maravillosos pero los más tontunos siempre han servido de instrumentos por la causa de alguien, perdidos en manada, en lucha por un objetivo sin repensar los medios. Ahí justo donde el fin los justifica, donde para la salvación del planeta bien vale liarte a menestras contra obras de arte universales. Alguien debiera decir a estas criaturas que grabarte un vídeo simulando destrozar cuadros a favor del planeta tiene repercusión, sí, pero que es el arte una de las mejores herencias de este mundo recocido y enfermo. Pobres padres, viendo a sus vástagos emprenderla a sopazos contra los lienzos mientras compran zapatillas de última generación o se arruinan en terapeutas antifrustración nini. La siguiente se anuncia con cazos de vichyssoise contra algún Rothko de por ahí, bien americano para que nuevos activistas se pirren por los móviles de sus multinacionales y grabar así sus contumaces rebeldías. Preocupados por el planeta que dejaremos a nuestros hijos, cunde un pánico global por los vástagos que estamos escupiendo, carne de cañón para reciclarse, o sea, reinsertarse. Que alguien les explique que aquí no se tira nada.

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