NO es cuestión de frivolizar con el secuestro del bebé en el Hospital de Basurto porque podría haber terminado en tragedia y, aun con final feliz, la angustia de los padres fue infinita, pero lo mismo que antaño cada batallita de la mili obtenía su réplica, muchos progenitores se retrotrajeron ayer jueves, salvando las distancias, a sus días de parto para preguntarse si les pudo pasar a ellos. Incluida la que firma. Confesaré que la primera vez que di a luz, tras dos noches en vela con contracciones, por mucho protocolo que hubiese habido, al padre de la criatura, que cayó a plomo sobre mi cama, podrían haberle robado a la recién nacida, a la madre que la parió y, si te descuidas, hasta sus propios órganos. Aquello no era dormir, aquello era perder el conocimiento. Y eso que la innombrable, como buena recién nacida previsora que vale por dos, se pasó su estancia hospitalaria poniendo a prueba su capacidad pulmonar por si hubiera lugar a reclamación. Desconozco si con miras a las protestas de la adolescencia o a una futura carrera como cantante de punk-rock. En el segundo alumbramiento temí que me hubieran dado el cambiazo, pero de pareja, cuando hicieron pasar a un desconocido a la sala de dilatación. Les ahorraré los detalles, pero el tipo podría haber visto la coronilla al crío si no se hubiese quedado en shock. No hubo flechazo, así que pedí que por favor me devolvieran al mío.
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