Este último jueves, Asier dibujaba en su tira a Benjamin Franklin, quien igualó muerte e impuestos como las dos certezas de las que nadie se libra. El bienintencionado error de Franklin es, en todo caso, disculpable: no llegó a conocer a Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón Battenberg y Orleans. Ni su reino. Pero con esas y otras deshonrosas excepciones, más de dos siglos después apenas ha cambiado la idea. Así que impuesto es sinónimo de obligado, forzado, forzoso, mientras en Cuba o México, revolucionariamente dispares pero ambas con sus pobrezas, y quizá por su pasado colonial, significa acostumbrado, lo que parece añadir resignación al término. Sí, las palabras tienen vida y retranca propias. Así que cualquiera sabe qué acabará significando “deflactar” más allá de la definición imposible –“transformar valores monetarios nominales en otros expresados en monedas de poder adquisitivo constante”– del diccionario. Porque hoy la política fiscal es su viceversa, lanzada al mercado público como noticiable herramienta frente al efecto de la escalada de precios en el bolsillo de las familias... y en la desafección de las encuestas. Si este dice que deflactará, ese anuncia rebajas y aquel exenciones; si uno prevé el cuatro, el otro deja caer el cinco. Y todos obvian una tercera certeza, esta sin excepciones, que también apuntó Franklin: la necesidad nunca hace buenos negocios.