VUELVE, dicen, el miedo a una recesión, aunque en los pueblos de veraneo no se han enterado. Tampoco las estadísticas, que siguen reflejando crecimiento, mayor actividad industrial y un consumo en los hogares a prueba de bomba. El dato del paro de julio alimenta el desasosiego. La ministra Nadia Calviño admite que hay riesgo de una caída del PIB a la vuelta del verano. Ya se verá, aunque a decir verdad, ocurra lo que ocurra en otoño, será pura estadística, porque nadie duda de que el balance final del año será positivo. Técnicamente, recesión es encadenar dos trimestres con caída en el PIB respecto al trimestre anterior y es difícil que en las circunstancias actuales se produzca un desplome en los dos últimos trimestres que se lleve por delante el crecimiento de más de un 4% registrado hasta junio. Otra cosa es cómo afecta a los ciudadanos la tormenta que está frenando la economía. Y ahí las malas noticias ya han llegado, porque las tensiones de los precios, impulsados básicamente por la energía y la alimentación (los dos epígrafes del IPC más democráticos), ya está afectando a todas las familias. A unas porque tienen más dificultades que nunca para llegar a fin de mes, a otras porque se ven obligadas a hacer cuentas para hacerlo y, para las que nunca han tenido problemas de dinero, el peaje es que pagan sus gastos básicos o premium cada vez a mayor precio. Cada hogar a su manera, pero todos han notado ya la marea que está llenando de incertidumbre la piscina de la economía.