L ático comprimido de 12 metros cuadrados que se ha puesto a la venta por 150.000 euros en Donostia me ha hecho retrotraerme a los ingenuos veintipico, cuando una, para que no acabaran de pagar la hipoteca sus nietos, picaba en todos los anuncios de pisos baratos sin preguntarse por qué se publicaban semana tras semana y nunca se vendían. Con el listón en los 12 millones de pesetas y una ignorancia supina, visitamos varios sucedáneos de vivienda en el Casco Viejo de Bilbao. Entre ellos, un ático que resultó ser un palomar, con su gotelé de excrementos en las vigas interiores. Otro no recuerdo cómo era del mareo tras subir unas escaleras de caracol centrifugantes, tipo torreón. Aquel abuhardillado en el que te tenías que echar cuerpo a tierra y reptar hasta la cama, si es que antes no te habías dejado el lóbulo frontal del cerebro estampado en el techo. O ese otro, que estaba bajo el nivel de la calle, en plan inframundo. Tenía unos ventanucos altos, a modo de claraboyas, y era más oscuro que el alcantarillado. Se vislumbraba un cuarto infantil. Igual vivían los niños de la película Los Otros, que estaban muertos y no les podía dar la luz. Visto lo visto, el cuarto sin ascensor con estructura de madera y muebles apolillados nos pareció la bomba. Tenía una despensa encima del baño donde atesoraban un inodoro y una foto de carné de un torero, entre otras reliquias. Al menos no había bajo la cama, como en aquel otro de Labayru, un orinal usado.

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