No se puede estar seguro de que vaya a ser así, pero, más allá del valor del diálogo, si algo hay que aprender del conflicto de Ucrania es la necesidad de ser autosuficientes en materia energética. Una tarea complicada a causa de los recursos naturales que nos ha tocado en suerte, pero en el que hay muchos frentes que explorar. El primero y más al alcance de la mano es el de ajustar el consumo a nuestras necesidades reales. La idea de Josep Borrel formulada a su manera histriónica parece un chiste, pero es cierto que pasearse por la casa en manga corta en febrero es un lujo y como tal hay que pagarlo. Tiene más lógica reducir el consumo a lo largo del día y encender la luz solo cuando es realmente necesario que levantarse a las seis de la mañana para planchar. O utilizar el coche solo cuando es imprescindible o cuando no hay un transporte público que pueda sustituirlo. El segundo frente que hay abierto es el de conseguir fuentes de energía. Está visto que los huertos solares es un recurso muy limitado por las horas de sol de las que disponemos, de modo que no se puede renunciar a las que sí están disponibles. El impacto estético de unos aerogeneradores es sensiblemente menor que el que sufrimos cuando viene la ola, en este caso todo un tsunami, de los precios de la energía. Tampoco deberíamos hacerle ascos al gas natural que hay en nuestro suelo, extraído de la manera más respetuosa con el medio ambiente. No hay ecología si uno es esclavo del consumo o de la energía que producen otros.