ARZÓN se ha especializado en pisar charcos sin katiuskas. La batalla del chuletón parecía carne de un telediario y ya amenaza con convertirse en la guerra de los cien días. De repente, todos hemos pasado de reputados vulcanólogos a acreditados veterinarios. Con independencia de que tenga o no razón sobre las macrogranjas y la polémica sobre la manera de producir la carne, no se me ocurre un solo ministro más prescindible, y que acapare tantos titulares con tan poca gestión. Este okupa de un ministerio vacío debería medir sus palabras, y cuestionar la calidad de los filetes patrios, no parece la mejor forma de avalar los productos que exporta su país. Llueve sobre mojado porque hace unos meses ya se metió en otros jardines. Es verdad que con esos pollos blanquísimos, y con esas vacas insípidas, nos tragamos toneladas de antibióticos, antiparasitarios y hormonas. Pero pareciera que el señor Garzón practica un comunismo de caviar, de esos que se creen que todo el mundo puede comer carne de wagyu, ecosostenible, criada con masajes en suit individual, a 50 euros el gramo. El ministro se ve en la obligación de luchar contra el malvado lobby ganadero, pero no dice ni pío sobre los mafiosos de las energéticas. Conscientes del debate, los populares no sueltan la presa y han lanzado la batalla del cerdo como ariete electoral en Castilla y León. Y, mientras, los socios de Gobierno se achicharran en la barbacoa.

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