EL impacto por el asalto al Capitolio del que se cumple un año, dos lecciones: que la democracia americana era una cosa de machos, empezando por el instigador Trump, un peaky blinder pero a la americana siguiendo por su panda de fanáticos con sus atavíos de bisonte del Mid West. La segunda, que, tras cuatro muertos en aquel delirio, 700 detenidos y más de 150 autoinculpados, Trump sigue de rositas pese a una investigación en marcha tan monumental como el propio Capitolio. Perderse es fácil en los procesos judiciales y políticos que se han venido dando desde hace un año sobre un hecho histórico incalificable. Una se asoma aquel 6 de enero con el mundo cristiano embriagado todavía por la Navidad y encuentra en aquella violencia un sopor raro de borrachera de poder y turbas delirantes. Un sueño si no fuera por la que montó (y se montó) una vez que el Congreso ratificó la victoria demócrata. El episodio, entre novelesco y revolucionario, fue de un día de la bestia con el peligro asomando por la boca del mismo hijo de Trump anotando que la broma se le estaba yendo de las manos mientras los trumpistas de las áreas remotas soplaban cuernos y la liaban contra los cristales. Un año después, Estados Unidos parece haber dormido una gran siesta mientras se estrecha el cerco al gran macho alfa del poder en una investigación interminable. Tras dos impeachment y el llamamiento a una insurrección con violencia de los poor whites, sigue hambriento de fans y de persecución política.

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