tú, ¿qué te vas a poner en Nochevieja". "Al paso que vamos, el pijama". La conversación la mantenían dos jóvenes a las puertas de un bar y puede que el chico, que contestó con sorna, vaya a cenar hoy con un dos piezas de franela y babuchas. Ni el novestido de la Pedroche ni la capa resucitada del armario de Ramón García. El estilismo que triunfará este fin de año será la ropa de andar por casa. Al menos de cintura para abajo porque hay quien en las videollamadas de la sexta ola todavía quiere guardar las apariencias. Ya sea por ser positivo, contacto estrecho o prudente o por haberse quedado compuesto y sin cotillón, muchos despedirán 2021 en su hogar con resignación o despotricando, porque la pandemia galopa desbocada, pero la culpa siempre es de otros. Del que ha ido de cena de empresa o a una gala o al txoko con la cuadrilla. Del que ha pegado el cartel del pasaporte covid en su local, pero no se lo pide a los clientes. Del que ya ni rellena los botes de gel. Del que llevó a su hijo pachucho al colegio el último día. Del que no avisa de que es positivo. De las farmacéuticas, de los conciertos a cara descubierta, de los partidos de fútbol, de los antivacunas, de los gobernantes, de los que llevan la misma mascarilla de tela que en la tercera ola, de los que ocultan datos al rastreador, de los que esta noche pasarán de todas las medidas y que les quiten lo bailao. "¿Qué os ha parecido este año?". "Caótico", dice la adolescente. "Una locura", dice el crío. Pues eso. arodriguez@deia.eus