punto de cumplirse dos años desde la aparición del virus, rescato una frase de la OMS que hablaba del todavía inédito distanciamiento social que "puede ayudar a reducir la transmisión y a que los sistemas de salud aguanten". Hoy, diciembre de 2021, ya decimos convencidos que el contagio es y será inevitable y que las medidas siempre han estado encaminadas a escalonar los positivos y, por tanto, los ingresos hospitalarios. Sin embargo, una sensación de estupor recorre a la ciudadanía en las segundas navidades con precinto a pesar del éxito de la vacunación. Esta sexta ola, la de los contagios exponenciales y el tsunami de infecciones, nos pilla demasiado agotados y también demasiado vacunados, sí. Porque esa falsa seguridad es demasiado cierta con una escalada de contagios nunca vista en dos años. Los sacrificios siguen y no basta seguir apelando a la responsabilidad individual o a la prudencia ciudadana. Los Estados están obligados a proteger a su población y los Gobiernos a establecer medidas frente a las crisis de salud pública. Debemos exigirlo como exigimos buenos servicios, la construcción de carreteras o el abastecimiento de agua. Nuestros impuestos incluyen también tener garantías no solo de que la salud pública procurará curarnos, también que las medidas preventivas eviten que acabemos ingresados porque los gobiernos, a nuestro servicio, no han hecho su trabajo. Luchar frente al virus es una necesidad colectiva que debe ser satisfecha con la solidaridad individual y el deber público. Protéjanse y protéjannos.

susana.martin@deia.eus