O que es negocio de todo el mundo no es negocio de nadie". La frase hay que atribuírsela a Ernest Thomas Sinton Walton, pionero de la investigación atómica no en vano logró la primera reacción nuclear artificial... y un Nobel. Algo intuía Walton mucho antes de que todo aquello se desviara al uso bélico, geopolítico y económico y cambiara el orden mundial. Hoy, medio siglo exacto después de su Nobel, otro cambio está en curso. Energético, geoestratégico, socioeconómico y global; embutido en una pandemia que lo cubre todo. Y, como en toda crisis, hay quien saca réditos. Pfizer, Biontech, Moderna, AstraZeneca y Johnson&Johnson cierran 2021 con una facturación de 65.600 millones de euros en vacunas contra el covid-19. Como dato de contraste, baste saber que el sector de los fabricantes de vacunas facturó en total 29.357 millones, menos de la mitad, el año anterior a la pandemia. O que el 47% de toda esa producción se realiza en EE.UU. Walton, marcado en su carácter analítico por su tutor, Lord Rutherford, uno de los científicos más reconocidos de la historia, y su infancia de hijo de pastor protestante en el sur irlandés, nunca cuestionaría la inapelable necesidad de las vacunas. Pero diseccionaría la situación. A preguntas: ¿Qué interés tienen las farmaceúticas en desarrollar una vacuna perfecta? ¿Y en inmunizar a todo el planeta y evitar variantes? ¿Será ómicron una lemiscata -del griego lemiscos-, símbolo del infinito? Negocio de todo el mundo...

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