RAS conocer la muerte de Verónica Forqué, la presidenta de la Asociación de Informadores de Cine, María Guerra, lamentaba que la imagen tan alegre y divertida de la actriz se hubiera visto empañada por su participación en programas de televisión "que explotan la fragilidad humana". A mí no me interesa para nada la cocina, pero tengo que reconocer que he permanecido pegada a la pantalla de televisión durante todos los programas de la última edición de Masterchef. Y no ha sido por concursantes como Juanma Castaño y Miki Nadal, los ganadores del concurso, que me aburrían muchísimo, sino por Verónica Forqué. Su paso por el talent culinario no dejó indiferente a nadie. Tampoco a mí. Aun en sus intervenciones más histriónicas y surrealistas, desprendía una gran ternura luchando no solo contra la dureza del talent sino contra ella misma y un carácter que le hacía perder los papeles sin ningún motivo aparente. La noticia de su muerte -un suicidio, según apuntan las primeras investigaciones de la Policía- ha golpeado con fuerza a la sociedad. A pesar de que durante el programa no dudó en hablar de la depresión, que decía haber superado, era evidente que no era así. Su muerte ha vuelto a poner el acento en la importancia de la salud mental y en la crueldad de un país que evita hablar de las enfermedades mentales. Eso no vende. Prefiere ridiculizar a los personas.

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