ERLÍN espera mi aterrizaje vacacional en breve -si lo permite la pandemia- pero no contemplo que pueda toparme con Merkel en St. Clemens rindiendo culto a Hitler. Tampoco concibo que, pese a los nuevos tiempos, un católico de oración diaria vaya al cine a revisionar El Mesías y, por azar, se cuele en la sala de género erótico y permanezca impasible sin que se le fundan los plomos. Ni que los españoles puedan elegir como presidente a alguien que no se entera de la misa la media de no mediar un reguero de casualidades. Bien podría Casado decirnos a qué número de lotería juega dada su habilidad de dar en el blanco si tenemos en cuenta que cayó de pie en una veneración de culto al generalísimo cuando la posibilidad era del 0,05%. Ni sabía en qué día andaba, ni el aguilucho se le hizo extraño, el brazo en alto pensó que era un ejercicio gimnástico y los cánticos, un entreno para la siguiente edición de Operación Triunfo. Debió creerse que la representación era un travestismo propio de El hotel de las reinas, donde nada es lo que parece y los sueños pueden hacerse realidad. Y aún peor, que nos toma por tontos a los que no comulgamos con el Antiguo Régimen. No sé si es peor que la Iglesia española, esa que hace un siglo escribía encíclicas contra la República por obligarle a pagar impuestos, siga acogiendo en su rebaño a nostálgicos. Debe sufrir el mismo "eclipse moral" que el líder del PP. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

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