A semana pasada en pocos días dos veteranos profesionales de DEIA fueron protagonistas. Uno, extramuros premiado por la Asociación vasca de periodistas, Ángel Ruiz de Azua, Angelito, recibió un premio de los que mejor saben porque te reconocen los compañeros. Después, Juan Carlos Ibarra, redactor jefe de DEIA, uno de los últimos grandes maestros del oficio enfilaba la jubilación sabiendo que el periodismo está afrontando una nueva era, sometido a unos cambios tan radicales como extraordinarios que generan una profunda incertidumbre pero también una enorme esperanza. Y ahora que los periodistas engordan los gabinetes y las telarañas las redacciones, ejemplos como los de Ángel y Juan Carlos deben empujarnos a recordar lo que somos frente a los grandes retos tecnológicos y aspirando al dominio de las nuevas herramientas con la misma naturalidad con la que se movieron durante años quienes hicieron escuela en el papel, como ellos, adaptados como muchos otros a los cambios sabiendo que lo que estaba en plena transformación era la sociedad misma. Impulsar una cultura profesional propia a entregar a los lectores o usuarios es un objetivo como muchos se marcaron sin renunciar nunca a la emoción, pese a que el periodismo no goza de confortabilidad, pese a la propaganda, las fakes o los boots. Un trabajo que encierra todo un oficio, sí, pero sobre todo alberga una conciencia entera. Y el oficio cuenta por una razón poderosa: porque sabe hacerlo.

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