EN esto de las luchas fratricidas, la izquierda siempre fue ese torpe caminante que tropezaba cien mil veces en la misma piedra y la derecha fortachona, recta y de pensamiento pétreo apretaba las filas, con o sin carisma, bendecidos primero por Fraga y luego por Aznar. Lo de ahora es esa herencia que les encalomaron los viejos dirigentes más los ultras, a quienes el PP ha decidido que es mejor parecerse que rentable pelearse. Y así se atizan entre ellos, rememorando nostálgicos dúos como Aguirre-Ruiz Gallardón, Cospedal-Soraya, Alonso-Quiroga, Alonso-Iturgaiz, hasta llegar a Casado-Ayuso o Ayuso-Almeida. Es una conga tremenda que está por dinamitar ese fresco optimista que pintaban las encuestas. El juego de tronos en la desahuciada calle Génova por la batalla de Madrid está dejando un retozo de conspiraciones interesante y a la vez un poco cansino al que barones como Feijóo o Moreno miran desde sus troníos como confirmando que tienen de todo menos un partido solvente. Y cuando parecía que calaba de tanto repetir ese silbar a la vía ante Bárcenas, el Albondiguilla o Correa, llega el juicio en pocos días de aquella basura de Boadilla del Monte y a Casado le crecen los enanos, la montaña de residuos y Ayuso es el Gargantúa. Otra vez otro ferial como el que se calzó M. Rajoy a la chita callando, derrotado al final por los aznaristas y los chiquilicuatres que a día de hoy solo saben sonreír para las fotos, igual que Aguirre. ¡Vuelve la tropa!

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