A estadística oficial se hace insoportable. 1.097 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o sus ex desde que se empezara a contabilizar en el Estado en 2003 lo que solo puede tacharse como terrorismo machista. Al igual que 39 niños a manos de sus padres biológicos o de quienes compartieron vida con sus madres. Un terror infligido por mentes perversas, no psicopáticas, que encarnan lo peor de la maldad humana. Ni domestica, ni intrafamiliar. Machista. Y de género, sí: el de un agresor estratosféricamente masculino. Sin aditivos ni edulcorantes. Diabólico. Como malvado es apartarse de una pancarta y defender una doctrina alegando que el horror de Tenerife es como el de la niña asesinada por su madre en Barcelona o el del parricidio de Godella porque "todas las víctimas merecen la misma atención". Bien podrían emplear el eslogan en todos los casos y no solo en sus causas. ¡Faltaría más! Execrables todos. Pero las palabras importan. El orden patriarcal también mata, y meter todas las violencias en el mismo saco no es sino otra forma de silenciar aquella donde, como decía Einstein, el mundo se ha convertido en un lugar peligroso para vivir, no solo por culpa de gente mala, sino por quienes no hacen nada al respecto y lo perpetúan, negando por ejemplo la educación en igualdad. La solidaridad por sí sola no genera avances y se requiere una legislación especial porque el crimen tiene un destinatario específico: las mujeres. A gritos. Terrorismo machista.

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