E acerca el verano y entre las contadas certezas que asoman de la bruma de la tormenta del coronavirus hay una realmente esperanzadora. Si las vacaciones fueron el año pasado bastante parecidas a las vacaciones de siempre, las de este año serán todavía mejores. Y no porque al Ministerio le preocupe que tengamos el agosto que nos merecemos, sino porque el objetivo es garantizar una campaña turística de altura, caliente, valga la redundancia. Habrá fiesta, porque Madrid no va a poner trabas a esos amantes del sol y la fiesta en su abrazo anual a las constelaciones que unen la playa con los chiringuitos, los restaurantes, los bares y las discotecas. British come home es el lema y empiezo a sospechar que el spanish government reserva una partida de los fondos europeos para financiar la happy hour en esas terrazas del sur. Donde los ciudadanos de Birmingham, uno de los lugares con menos sol del planeta, se ponen rojos como una gamba a la tercera pinta. Lo cierto es que Pedro Sánchez tiene entre manos dos crisis migratorias: por un lado están las personas que intentan entrar en España desde Marruecos de forma ilegal y, por otro, las que se enfrentan a la resistencia de Reino Unido a su aterrizaje en las costas a pesar de tener las puertas abiertas. Este segundo frente intuyo que se resolverá más pronto que tarde, todo lo contrario que el primero. Y volveremos a ver esas postales de las playas del sur llenas de turistas que sacan fotos de los que llegan en pateras. Como en un verano de los de antes.