I algo nos ha enseñado el covid es que no vale ir por libre. Pero ni por esas. Existen peticiones de responsabilidad individual que saltan de individuo en individuo según les va. A nivel global es mucho peor, pero nadie o muy pocos hablan de ello, de la falta de justicia en los tratamientos y qué vamos a decir de las vacunas, el lujo del primer mundo. Tenemos las luces tan cortas que pensamos que protegiéndonos nosotros, cuando nos toque, seremos intocables. Ya les tocará a los invisibles, a aquellos que no protestan, que viven en la pobreza de los continentes olvidados, que se pudran. La suspensión de las patentes no es para este mundo que también es el de ellos. Creemos que seremos inexpugnables y sin una respuesta global estaremos igualmente desprotegidos mientras el virus exista, ya sea en el cuerno de Africa, o en el rincón más perdido de Asia. Nosotros vacunados, ellos sin vacunar, el virus campando, las nuevas cepas reproduciéndose y las fronteras abiertas. Hasta que no se vacune al 70% de la población de todo el planeta nadie estará a salvo, pero ni así porque solo vemos llegar lo nuestro ¿Cuántos muertos vale esta negativa a levantar las patentes? ¿Cuántos supervivientes con secuelas de por vida? Si el beneficio de algunas empresas está por encima de la salud global, es decir, la de todos los habitantes del planeta, no podemos estar más ciegos. Aplicando lo de siempre para un problema excepcional nadie estará a salvo. Vale, sí. Pero a mí ¿cuándo me toca?

susana.martin@deia.eus