ODRÍA ser su cifra en el traje de preso, que no pocos así querrían verle, o haberle asignado el 666, la marca de la bestia, que futbolísticamente así lo es. Le vendría que ni al pelo al diario amarillista que publicó los 555 millones de euros brutos que figuran en el contrato de Messi el último cuatrienio, a la postre unos 75 kilos limpios anuales que deben importar exclusivamente al socio culé que contribuye a ese desembolso que, por cierto, implica que la Hacienda española engorde sus arcas con otros tantos emolumentos. Dinero, ese sí, que debería concernir a todos en qué se invierte. La intencionalidad de dañar la imagen del mejor jugador de todos los tiempos, cuyo impacto ha propiciado que el Barça haya ingresado unos 619 millones en ese mismo periodo, es evidente pero aún lo es más el objetivo de situar en un brete al futuro presidente, sempiterna diana de la caverna por su cariz indepe. Los patrioteros harían mejor en denunciar por qué, como muchos otros, Arantxa Sánchez, Carlos Moyà, Álex Crivillé, Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa, Dani Sordo o Purito Rodríguez escogieron Andorra en plan youtuber o algún rincón suizo para reposar su caja fuerte. O por qué Rafa Nadal fijó su domicilio en tierras vascas. Lo último del serial señala la exigencia de que Leo aprendiera catalán y se integrara en una Catalunya donde lleva dos décadas. Postureo del exdirigente más nefasto y menos soberanista que algunas siglas posconvergentes.

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