IEN (o mal) pensado, no es tan extraño que un comando que parece inspirado en los pintureros Village People asaltara el pasado miércoles en Washington el Capitolio: ¿cuántos golpes de estado o abordajes a instituciones ha auspiciado en otros países la consagrada como primera democracia del mundo? De casta le viene al galgo, que a fuerza de ver a los padres actuar de forma autoritaria en otras latitudes se ha acostumbrado a interpretar esos comportamientos con toda naturalidad, como haría en el parque con otros niños un matón de 13 años que ya no se escandaliza cuando su familia roba el cepillo de la iglesia. Con todo, el asalto al parlamento estadounidense es un buen colofón para una legislatura tan chusca que parece sacada de una película de los Ozores. Ni a ellos se les habría ocurrido un guión en el que Jesús Gil o José María Ruiz Mateos acceden a La Moncloa y se sientan en organismos internacionales con la misma templanza y saber estar de Torrente. Los cuatro años de Donald Trump en la Casa Blanca pasarán a la historia como una concatenación de actuaciones a medio camino de la bufonada y el espanto. Un cúmulo de medias verdades, mentiras retorcidas y movimientos políticos que responden al interés personal del magnate. Tal cual actuaría un niño que solo piensa en divertirse y exprime la realidad para lograrlo. Chiquilladas como coger un miércoles cualquiera un sombrero de búfalo y asaltar un templo de la democracia.