RAS pasar las fiestas navideñas, lo único que nos han regalado los quince días de celebraciones son dos kilos de más. Es un presagio de lo que se nos avecina. Todos hemos pedido deseos de optimismo para este año que ha consumido su primera semana. Todos creemos que no nos puede ir peor que en ese maldito 2020 que nos pasó por encima. Pero los augurios no vaticinan nada bueno. Ahí están los datos de una pandemia que no cesa ni con vacunas. Lo que parecía que iba a ser la solución se está convirtiendo en otro problema más a la hora de gestionarlas. Así que los pronósticos que presagiaban que la mayoría de la población estaría vacunada para verano no parecen muy reales. Y esta prórroga a las crisis sanitaria y socioeconómica alienta los populismos, que vivieron en la noche del miércoles su mayor dislate, con la ocupación del Capitolio estadounidense por parte de los más descerebrados seguidores del desnortado Donald Trump. Bob Dylan lo predijo en 1963 en su The times they are a-changin. El de Minnesota pidió a senadores y congresistas que no bloquearan la entrada, que había una atroz batalla en el exterior que sacudiría sus ventanas y paredes porque los tiempos estaban cambiando. En 58 años han cambiado más. Los versos del Nobel de Literatura de 2016 hablaban del paso adelante de la generación de la posguerra mundial. Washington vivió la pasada noche un paso atrás. Hacia las cavernas. Todo puede ir siempre a peor.

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