USTO cuando la normalidad está más fuera de alcance, parece cercano el momento de corregir la anomalía presupuestaria que obliga a gobernar con cartas repartidas por el Partido Popular a un ejecutivo al que la ultraderecha sitúa al nivel de la bota de Stalin. La lírica wagneriana de Vox suena constantemente en el Congreso, aunque afortunadamente se escucha por el resto de partidos con el mismo interés que los pasajeros del Titanic lo hicieron con la última pieza interpretada por la orquesta del transatlántico. Así que por fin hay un oportunidad más que real de que España cuente con unos presupuestos con los que enfrentarse al reto de reflotar la economía en medio de una tormenta sin precedentes. El Gobierno central ha puesto en juego, en negociación, un proyecto después de limar con lija de grano 50 las diferencias entre el ala este y oeste, la columna de Pedro Sánchez y la de Pablo Iglesias, con un ultimátum del vicepresidente sobre la mesa. Ahora toca el momento del ajuste fino, confirmar el apoyo de PNV y Ciudadanos, y buscar un puñado de votos más que permita alcanzar la cifra mágica: 176 diputados. Si Sánchez consigue enterrar por fin los Presupuestos de 2018 reforzará su posición y se generará confianza en el mundo económico. Sin embargo, es fácil ver todo el camino que queda por recorrer si se analiza el presupuesto, que contempla un incremento del 80% en la inversión en I+D+i y aún así esa partida solo concentrará un 2,5% del gasto.