O que empieza a ser global, pandémico, es el mosqueo; sobre todo entre quienes juntamos letras a diario (escribamos o no) y solo separamos cifras cuando va llegando fin de mes; los comunes mortales, vamos; aquellos a los que no nos proporcionarían nunca un cóctel de anticuerpos monoclonales mezclados con dexametasona -¡ojo que es un corticoide y da positivo!- porque a nadie le importa un rábano si damos el siguiente mitin. Eso sí, reúnanse ustedes diez minutos fuera de la Casa Blanca y verán cómo aparece algún virus transmisor de la autoridad; o sea, un agente. Lo de si es patógeno o no, lo dejo a la experiencia y el criterio de cada uno. Digo que los mortales, los que vamos muriendo, unos más de repente que otros, empezamos mientras tanto a sumar dos y dos. Y a veces, las menos, nos da cinco y otras, tres; cuatro, casi nunca. No me refiero a las letras, ni al final de mes, que también, ya verán en un tiempo, sino a esto último de lo que, desde marzo concretamente, nos morimos más que antes por lo que parece. Aunque eso también depende. En China, ya no. Porque ahora China es el mundo y el resto del mundo es como Canarias, donde a las tres son la dos, así que vamos con retraso. Lo de la hora, por cierto, no es ninguna tontería. Empiezan por quitarte una y para cuando te das cuenta te han robado varios días. O toda una vida. Y por ahí ya hablan de toque de queda.

juriarte@deia.eus