mi conviviente (como lo llaman ahora las autoridades sanitarias para definir con quién debes ponerte y con quién no mascarilla) se le ocurrió un día de estos invitarme a ver una serie que triunfa en las pantallas de medio continente. En la ficción, hemos asistido al fin del mundo miles de veces, pero ahora que tenemos que convivir con un bicho que nos está haciendo la vida literalmente imposible, no sé yo si es la mejor idea ponerse a ver una miniserie que describe paso por paso cómo será el hundimiento de la civilización tal y como la conocemos. Ocho capítulos que resultan una bomba de relojería. En el primer episodio comienzan a escasear en los súpers bienes básicos como el arroz o las compresas. ¿Les suena de algo? Luego, en otros llegan la caída de la banca, la falta de combustibles, la usura por parte de quienes cuentan con recursos preciados, el abuso de poder de las élites más pudientes... Y sobre todo hay uno, en una residencia de ancianos, donde abandonan a los mayores a su suerte. Una serie de zombies pero sin zombies y una película futurista pero demasiado cercana al presente. Porque el caos que circula en pantalla resulta, en estos tiempos que corren, terriblemente familiar. El colapso es un grito de advertencia y sobre todo un puñetazo en el estómago del espectador. Y no sé yo, la verdad, si ahora tengo mucho aguante para que me peguen más descargas eléctricas.

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