L coronavirus continúa entre nosotros. Las primeras previsiones, cuando era un perfecto desconocido, aventuraban que el calor haría estragos en su desconocida composición. Sin embargo, la llegada del verano no provocó el bajón en los contagios. El covid-19, esa enfermedad que distingue entre jóvenes y veteranos, remonta su colección de nuevos positivos cada día, amparado por las fiestas-no fiestas y por la típica relajación de usos y costumbres en el periodo estival. Si en la década de los 80 del siglo pasado, la aparición del sida conllevó una toma de conciencia entre drogadictos, que comenzaron a no compartir jeringuillas, y en el resto de la población, que hizo suyo el lema Póntelo, pónselo para evitar contagios en relaciones sexuales esporádicas, ahora también deberíamos concienciarnos de que el uso de la mascarilla y la distancia social son dos maneras de protegernos y proteger a nuestros semejantes de la propagación del Sars-COV-2. Y para tomar conciencia deberemos ser conscientes. Conscientes de que no somos ni intocables ni inmortales. Que cualquier persona de nuestro círculo cercano, o nosotros mismos, puede ser, podemos ser, portadora asintomática. Y cualquiera, enfermo nada imaginario. Pedir a los jóvenes, y no tan jóvenes, que eviten frecuentar los lugares de ocio nocturno es como poner puertas al campo. Solo la responsabilidad individual, adquirida con conciencia y consciencia, nos hará fuertes ante el coronavirus.

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