A llamada del rebaño es poderosa. Si el confinamiento trajo la acumulación de toneladas de papel higiénico en las casas, la nueva normalidad y el verano están arrasando con las piscinas hinchables. Desde mi ventana veo tres. Una no es más que un barreño. No creo que quepa agua ni para ahogarse una mosca. Hay otra con pinta high class. Está instalada en un patio y tiene depuradora y escalerilla. Los fines de semana varios adultos se dan tripadas, se parten la caja y me fastidian la siesta. La tercera es un quiero y no puedo. Pero tiene hasta una réplica del flotador gigante del flamenco donde una señora tamaño XXL se obstina muchas tardes en montar sin tocar el agua. Empeñada en pasar un verano a remojo, media humanidad se ha lanzado a esta diversión acuática. Pero ¡ojo! El otro día un artilugio de esos que carga el diablo, colocado sobre el techo de una azotea, provocó un derrumbe en una vivienda de Elda (Alicante). Es el nuevo balconing. El que practican algunos inconscientes a los que se la pela el peso por metro cuadrado que soporta una estructura y el volumen de agua capaz de almacenar. Y es que ahora los balcones se han vuelto un auténtico balón de oxígeno y habrá ayudas para su construcción o ampliación. Años cerrándolos e incorporándolos a la vivienda porque se aprovechaba mejor el espacio y resulta que son imprescindibles. ¡Bendita terraza que usted también cerró con PVC!

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