UNQUE en la mayoría de los casos cumplen con todos los sacramentos de la legalidad, hay una larga lista de empleos poco visibles que están en estos momentos colgando de un hilo. Están pendientes de que la profecía del rebrote del coronavirus no se cumpla y de que, sobre todo, no escriba un segundo capítulo del confinamiento. Las calles de Bilbao fueron testigo la semana pasada de la protesta de los conductores de autobús, que se han estado aparcados durante meses por la cancelación del transporte escolar, de las excursiones y los servicios que suministran a empresas. Con la misma incertidumbre, las academias de extraescolares han abierto este mes el plazo de matriculación para el próximo curso, que sigue sin aclararse. Y qué decir de las compañías que se encargan de los jantokis de los colegios, de sus trabajadores o de los productores a los que compran los alimentos. La hostelería también tiene cara B: los comerciales de la distribución, en gran parte autónomos, que necesitan una reactivación generalizada de bares y restaurantes para recuperar el pulso. En la industria, los pequeños talleres que orbitan alrededor de las grandes empresas siguen sin despegar. Al igual que los profesionales de la construcción que realizan pequeños trabajos en las obras y que aguardan su turno en el lento despertar de la economía. Hay más ejemplos de estas actividades semisumergidas, en parte fuera del foco de la sociedad, que refuerzan la necesidad de volver lo antes posible a un escenario normalizado.