OS síntomas de la nueva normalidad pasan por la vuelta del fútbol, Trapero y el émerito con vía en la Fiscalía del Supremo señalando al elefante que campaba a sus anchas por la verdes praderas saudíes del presunto cohecho y el tráfico de influencias. El coronavirus opacó el escándalo y mientras media España seguía poniendo verde a Letizia, se consumaba en el mayor acto de fe con el campechano, que pese a las pruebas del comisario y el fin de su inviolabilidad, tenía forofogoitias en lugar de súbditos. Ahora los jueces investigan una infección comisionista que estaba en la institución desde hacía décadas, para la que no había desinfectante y que creó escuela extendiéndose hasta el yerno y una hija que veía amor en los libros de contabilidad. Luego salió el monarca titular y postureó sobre los millones suizos que se regalaban a las amigas entrañables y optó por poner en marcha la caridad expresada por toda monarquía que se precie pidiendo a las marquesas aceite y leche, un ingreso mínimo vital histórico que ya tiene un hueco en el capítulo sobre el feudalismo de los libros de texto del futuro. El día de la confirmación a Pablo Hasel de su condena por injuriar al rey e ir "contra el honor", la Justicia le investiga por presunta corrupción en una broma sobre la libertad de expresión donde un mártir y un incorrupto van de la mano y en elefante. Todo normal.

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