N medio de la gestión de algunos de los llamados "hombres de Estado" siempre acaba deslizando el viejo contraste entre ellos y el caos. Así se lo soltaba Sánchez, cuando aún no era presidente, a Rajoy atribuyéndole su carácter patrimonialista de la política mientras señalaba que el caos era el mismo señor que ahora se salta la ley haciendo que corre. Pero fue a pasitos como logró Sánchez hacerse con la presidencia y de esa elección "Yo o el caos" hacer su santo santo y seña, casi como un eslogan electoral, mientras explicaba a los españoles que de lo que se trataba era o de él o de las nuevas derechas. Y todos a temblar. La elección supuso una aprensión colectiva que ya es historia. Ahora, recuperando el universo de extremos y otra vez el miedo, con el caos como eterno buen compañero, Sánchez sitúa otra vez al respetable a la hora de elegir, igual que hizo primero con Rajoy y luego con sus herederos. A fin de cuentas, ahí Sánchez, hombre de alto riesgo, de firme duración y órdago a la mayor, siempre se ha movido bien, igual que cuando ha habido que elegir entre el susto o muerte, el truco o trato. Algunos creen que les sienta el mando único mejor que el traje pero en el doble o nada uno no gana siempre. Como en la vieja portada de Hermano Lobo asoma la respuesta circular a tener que elegir entre el caos o uno mismo: "¡El caos, el caos!". "¡Es igual, también soy yo!".

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