AY un tremendo silencio en las colas de las calles y también en las casas, solo roto por la televisión, la radio, los aplausos y los niños. "¿Cómo estás?", la frase más repetida de las últimas semanas, un mantra. "Bien", señalarlo, un santo y seña. Pero no estamos bien, ni vivimos estos días aprendiendo de lo pequeño, de lo sencillo, salvo aquellos que antes lo hacían y esta crisis no les ha descubierto más allá de lo que de verdad importa. Hay una profunda soledad, en las casas de los confinados que viven solos, en las viviendas donde conviven varias personas, ahí donde cada uno lidia a secas con su agobio único y por paredes. No estamos bien y todos, en nuestro fondo, estamos solos en nuestra mella, con nuestro futuro desdibujado y donde el miedo nos hace portarnos bien. Pero no estamos bien y no todos aprenderán ninguna lección, a algunos más que a otros les marcará para siempre porque no es cierto que lo que no te mata, te hace más fuerte, ni tenemos vocación para que algo nos duela como enseñanza. Desde el "todo irá bien" como placebo a la luna de miel de los sentimientos que afloran, como si antes estuvieran dormidos o no existieran directamente. Aprenderemos algo, sí, pero de los aprendizajes lo más importante es aquello que no se olvida, lo que no pasa sobre nosotros sino en nosotros. La tristeza, un derecho que debiéramos tener entre nubes de azúcar, nunca conviene. Ni para aprender siquiera.susana.martin@deia.eus