INSTALADO ya el covid-19 en nuestras vidas, parece imposible que pueda dejar de verse gente tosiendo o sonándose en cualquier lugar con ambiente. Viene a ser como cuando te rompes un brazo y se alza ese desfile de personas portando escayolas y férulas de protección, antes invisibles y en ese momento comunidad. Lo nuestro igual es una cuestión de histeria mal diagnosticada, pero poco se puede pedir a los histéricos si se informa sin tregua de la carestía de mascarillas, su inutilidad, la obligatoriedad del lavado de manos o que los sanitarios no lleven joyas. Todo está asumido con cierta naturalidad, total, a todos nos han tosido toda la vida y quién no se ha comido un pintxo con perdigones de la barra colmada de los bares, que la comida entra por los ojos igual que el virus; viajado en un autobús en asientos con catarro, o apretado fuerte el manillar de la bici en el gimnasio con hilo musical de carraspeo. La gente tose. Esto es un verdadero ambiente porque todo es un ambientazo, un nicho de virus donde no parece necesario determinar los contactos de los infectados cuando el covid ya está aquí, al chup chup. Llega la Semana Santa, el tránsito, las aglomeraciones, más tapas sin cubrir en los bares, uno me tose en el portal y tiende a la sospecha igual que ese picaporte que ha pasado por todas las manos de toda la escalera. Cada uno con su manual de supervivencia. Todos, de forma natural, viviendo con precinto.

susana.martin@deia.com