COMO los elefantes cuando se disponen a fallecer buscan su particular cementerio, el PP (de la CAV) apuesta por la moda retro para hacerse el harakiri. Como en los tonos apagados de El acordeonista, la distorsionada pintura de Picasso, Génova ha impuesto el retorno de Iturgaiz para terminar de sepultar la política pop que pensaba modernizar un partido diseñado en la era del, hasta hace nada, defenestrado exeurodiputado, Mayor Oreja y San Gil para la confrontación descarnada en tiempos de lacra terrorista. El de aquellos discursos en que se acusaba al PNV e Ibarretxe, entre otros, de connivencia con los asesinatos, de "bailar en el platillo de ETA" -copyright del ya candidato- o de ser "encubridor y vasallo" de la banda por "meter dinero en la publicación (Egunkaria) de los etarras" (22-II-2003). Acabado el raca-raca, el agujero electoral se hizo socavón. Veremos si los años de vuelo continental han mejorado la trastabillada oratoria de quien usó el dedazo para trampear el mecanismo de votación en el Parlamento de Gasteiz mientras, según Bárcenas, la sede bilbaina era sufragada con donaciones ilegales. Porque su cariz ideológico, lejos de moderarse, abraza los postulados de su presidente de juventudes, Abascal. Ya no hay solo "filoterroristas", también "fasciocomunistas" y "fuerzas oscuras". A ver lo que tardan en dejar de sonar las notas del acordeón de Iturgaiz ahora que Euskadi escucha más reguetón que txalaparta.

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