CIERTO es que la estupidez posee una peligrosa capacidad para tomarse a sí misma en serio. Ya lo dijo el siglo pasado Luis Eduardo Aute. Por eso es de preocupar que la oposición, de un lado al otro del Parlamento Vasco, hurgue en la herida provocada por el derrumbamiento sufrido en el vertedero de Zaldibar con el fin de desacreditar la labor del Ejecutivo que preside Iñigo Urkullu. Y lo hacen con argumentos como que el Gobierno "no ha estado a la altura" o ha pecado de "falta de empatía, descoordinación, descontrol y falta de transparencia", Maddalen Iriarte dixit; o de "falta de liderazgo" porque "sigue sin estar a la altura", según Lander Martínez; o con aseveraciones como la del popular Alfonso Alonso cuando afirmó que "no han venido a informar: Urkullu viene a justificarse a sí mismo, y Arriola, al vertedero", después de que el lehendakari y cuatro de sus consejeros -Estefanía Beltrán de Heredia, de Seguridad; Iñaki Arriola, de Medio Ambiente; María Jesús San José, de Trabajo y Justicia; y Nekane Murga, de Salud- dieran la cara con una exposición de sus respectivas actuaciones desde el pasado día 6, en la que también reconocieron los errores que pudieron cometer a lo largo de las dos semanas. La oposición busca réditos electoralistas mientras el Gobierno vasco y los técnicos que trabajan sobre el terreno buscan a Alberto Sololuze y Joaquín Beltrán. Unos se toman en serio su trabajo, otros cometen la estupidez de cuestionarlo.

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