SE nota que estamos tocando con la yema de los dedos la Navidad. No solo por el tradicional parón de estos días -aparte del cierre vacacional de las fábricas, el mundo económico parece pararse sin una rueda de prensa que echarse a la boca-, también porque los gurús de la causa llevan unas cuantas semanas escribiendo la carta al Olentzero. De repente, hemos pasado de estar a un tris del colapso -el papel en el que se plasmaban las predicciones económicas parecía hasta ahora sacado del escritorio de Nostradamus por su mortecino color-, a ver la botella llena y espumosa. El mantra que anunciaba la llegada de la desaceleración amenazaba con poner la alfombra roja a una recesión a causa del pesimismo que generaba la insistencia en el mensaje, lo que viene a ser la teoría de la profecía autocumplida. Sin embargo, en este tramo final ocurre todo lo contrario. Se ha iniciado una carrera para elevar la moral del personal rascando décimas a las previsiones para alimentar la sensación de que el horizonte no está tan turbio como se había vendido. Y el caso es que le entra a la gente ganas de venirse arriba, al igual que hace unos meses arrastraba los pies a la espera de un nuevo impacto del dichoso PIB, como si el índice tuviera repercusión directa en sus vidas. Así que, a las puertas de la época más consumista del año, el optimismo renovado que destila el ejército de dibujantes de proyecciones económicas apunta a un cierre de año por todo lo alto en el gasto.