DE críos organizábamos el año en temporadas de juegos: si era la temporada de los iturris, todos nos afanábamos en conseguir el tapón metálico más exclusivo para incrustarle el cromo más colorista, recortar con mimo el cristal en las abrazaderas de los canalones y pegar con masilla de cristalero todo el borde, para estar así ya dispuestos a entrar en competición. Si era la temporada de las chapas y el taco y palmo, el ritual se repetía con el acopio de billetes de tren de cartón duro, clasificados en una escala cuasi monetaria. Si era la temporada del hinque, de las goitiberas, del txorro, morro, piko, taio, ke... tres cuartos de lo mismo. El que se salía del redil de la temporada estaba condenado al aburrimiento. Algo así ocurre hoy con los días internacionales y los eventos planetarios. Si estamos en temporada de cumbre mundial del clima, todos jugamos a ser los grandes defensores del planeta: desde la gran multinacional que se descuelga con una campaña publicitaria que más suena a puro marketing que a apuesta sincera, hasta el ciudadano de a pie al que en su día a día la sostenibilidad se la trae al pairo. De la misma forma, cada año llega el día en que todos somos defensores de la igualdad entre hombre y mujeres, todos denunciamos la estigmatización por el sida, todos reivindicamos el euskera... y cuando pasa el día internacional tal o cual, nos replegamos a nuestras zonas de confort. Seguimos organizándonos por temporadas, aunque esto ya no sea un juego.