El protocolo es un género literario que aglutina todos los estilos creativos: el teatro, el cine, la ópera, la zarzuela, la novela, el drama, la comedia... y así hasta agotar existencias. El protocolo se basa en un guion; si los actores lo siguen a rajatabla, la obra será un éxito, pero si alguno varía una frase, el espectáculo puede ser memorable. Hay expertos en protocolo y las autoridades son sus esclavas: ellos dictaminan qué hay que vestir, dónde hay que situarse, qué se puede decir y qué no, a quién se debe hablar primero y durante cuánto tiempo... Son, en definitiva, los tejedores de un corsé del que no debe escapar el más mínimo michelín. La pasada semana, la reina Isabel II recibió en el palacio de Buckingham al nuevo primer ministro, Boris Johnson. Lo hizo en el salón y bajo el más estricto protocolo; quiero decir que la reina, pese a estar en su casa, no recibió a Johnson en zapatillas y bata de guatiné, sino que lo hizo recién salida de la pelu palaciega, luciendo un elegante vestido azul, collar y broche de las joyas de la corona, zapatos de tacón... hasta ahí pase... ¡y el bolso colgado del brazo! Y yo me pregunto: ¿el protocolo no es capaz de captar lo ridículo que es llevarse el bolso para el trayecto que va de los aposentos reales al salón de palacio? ¿Qué llevaba la reina allí? ¿La Visa, el DNI y el carné de conducir, por si acaso? ¿Tal vez el monedero? Si era esto último, le aconsejo que compruebe si sigue allí. Johnson es muy capaz de habérselo levantado, como pretende hacer con la UE.