TIENE Ciudadanos ese aire personalista que tuvo en su día Unión, Progreso y Democracia (UPyD), de Rosa Díez, o el Partido del Trabajo y el Empleo del inefable José María Ruiz Mateos. En el caso de la naranjada C’s, fundado por un grupo de profesores universitarios y periodistas, los padres de la criatura le regalaron el juguete a un bisoño Albert Rivera, que, hay que reconocerlo, ha puesto el partido en órbita. Sin embargo, cualquiera desde fuera puede deducir que Rivera ha tomado el camino de la derecha sin ningún pudor en cuanto ha tenido la base electoral suficiente y ha decapado el cariz centrista con el que se había barnizado el proyecto. Es algo que también han visto algunos de los militantes y un buen puñado de dirigentes de la formación, que se han bajado del tren una vez constatado que la línea oficial avanza sin intención de entablar debates internos. Otros han preferido quedarse para dar batalla, pero la respuesta de Rivera, que les ha aconsejado que creen otro partido político, básicamente porque este es el suyo, no deja mucho espacio al diálogo. Salvando las distancias temporales y de carácter, seguramente algo parecido pensó Stalin cuando oyó las primeras voces que cuestionaban el rumbo que marcaba a su partido y al gigante soviético. Luego terminó deportando a Siberia a los opositores. Ya se sabe que aquella historia, también escrita con puño y letra llenos de personalismo, acabó en fracaso; igual que todos los proyectos que soslayan la confrontación de ideas.