EN el subconsciente, Madrid siempre fue esa capital enemiga que pisaba Martínez Soria en la atmósfera franquista y bandera del club deportivo más odiado por aquellos que vemos en él opulencia y rescoldos del régimen. Después se convirtió en la cueva de Ali Babá y los cientos de ladrones, hasta que una abuela justiciera aficionada a las magdalenas caseras exportó de la ciudad una imagen inclusiva, amable, multicultural, ejemplo de diversidad y libertades. Doy fe de que desde Plaza Mayor hasta La Riviera uno camina libre de atascos y sin esa famosa boina contaminante que encharca los pulmones y duele la vista. Una ciudad saneada tanto en las arcas como en las calles. Pero hete aquí que irrumpió la izquierdita cobarde incapaz de lavar sus trapos sucios en casa, entre la autocrítica de boquilla de Iglesias y la egolatría y erótica de poder de Errejón, para arruinar de un plumazo la reválida de Carmena. Y, lo que es peor, poner alfombra roja a los candidatos populares más nefastos que pudo escoger Casado, bien parecidos a personajes de Los Teleñecos. Con Martínez-Almeida fardando de moto para irse a jugar al golf al Club Puerta de Hierro y Díaz Ayuso, quien entre sus desbarres sueña con una casa con “armarios muy grandes” -mejor ni imaginar a quién le gustaría meter en ellos-; resulta lamentable no que perdiera Manuela, sino lo que Madrid perderá sin ella. Entre todos la mataron y ella sola se murió mientras la derecha, qué cosas, se pone morada.

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