ANDA Pedro Sánchez enfrascado en la propaganda de sus viernes sociales a golpe de decreto ley -práctica tan legal como inoportuna en tanto que concede argumentos a la oposición de los pucherazos y los fake news de ultraderecha-, gracias a que la Junta Electoral Central (JEC), permisiva con las puestas en escena publicitarias del Gobierno socialista, ha encontrado, cómo no, en Catalunya, su palanca para cobrar protagonismo. Para ello ordenó retirar de las instituciones dependientes de la Generalitat los lazos amarillos y estelades, erigidos en arma de destrucción del principio de neutralidad, por ser símbolos “partidistas” bajo el regazo del independentismo, obviando que los portan dirigentes de fuerzas como los comunes y permitiendo que cuelguen, curiosamente, de las fachadas de los ayuntamientos. ¿Acaso no destilan tinte político pancartas, muy necesarias, sobre los refugiados, las minorías o el feminismo en estos tiempos de recortes de derechos? El de manifestar libremente lo que se piensa debe constreñirse lo mínimo posible, y sus límites ceñirse a las injurias y calumnias, o a la incitación a la violencia o el odio, incluso en periodo electoral. Lo contrario supone elevar la anécdota a tintes de categoría después de que los catalanes lleven años opinando con banderas en los balcones. O la JEC quiere hueco entre tanto delirio o su posición responde a otros intereses. Como el de echar el lazo judicial al cuello también al president Torra.

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