TIENE algo de calor de invernadero esta precampaña en la que todo suena a postizo, como si no se acabara de encontrar la temperatura ideal: todo resulta demasiado bestia en este secarral de neuronas que acabó siendo el ansiado multipartidismo. Las encuestas, que han acabado siendo infalibles porque llevan como tres años equivocándose, van situando a aquellos partidos emergentes en el espacio central de una polarización que como si fuera un ley física solo hace perder peso a los del medio. Lo de Ciudadanos, llamado a ser el gran partido bisagra, empieza a parecer el partido Viagra, necesitado de estímulos para subir, lo mismo sea el PP, Vox, UPN que un pucherazo castellano-leonés. Es un caso único: sus dirigentes no se creen las encuestas lo mismo que los electores no creen a sus candidatos con su líder Rivera en cuyo fondo de armario hay tanta gente, según pase, que lo mismo acaba pactando con una cabra, o sea Abascal. Lo de Podemos es tan triste que casi podríamos saltárnoslo. Pareció sentarse en el diván con la fuga de Errejón, cuando apareció en póster el macho líder la semana del 8-M. Un partido demencial, que presumía de su ADN de abajo arriba y que a falta de baronías terminó con el rey Sol dirigiendo sus destinos, ese que dejó a Montero al frente del negociado, para sugerir que la siguiente sería una mujer, o sea, ella. Y así llegan las grandes esperanzas a las elecciones, esos coleccionadores de torpezas que han resultado ser auténticos torpedos.

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