EN algún lugar de la política moderna debe existir una norma no escrita que obligue a incluir a un coacher en sus filas. Es un fenómeno relativamente nuevo que tuvo su origen en escritores y astronautas para ir mejorando el experimento a base de deportistas, esas personas que encarnan valores tan repetidos como necesarios. Sánchez eligió a Pepu, Casado a Ruth Beitia y Rivera a Javier Imbroda, hoy flamante Consejero de la Junta de Andalucía, como si los propios candidatos fueran el trofeo de los partidos y las medallas ganadas acabaran en la pechera de aquellos que les fichan. El tiempo nos dice que suelen ser estrellas fugaces, como todo experimento con gaseosa. Pasó con Beitia y a Pepu le han pillado en falta ahorrándose impuestos a través de una sociedad. El dedazo externo no entiende de confianzas y la importación de candidatos basada en la popularidad suele acarrear mercancía averiada que a veces dura lo que un salto de altura. Y es un pena porque yo a estas personas, con toda su ingenuidad, las veo como verdaderos monitores de sus jefes, los políticos oficiales, como verdaderos coachers en las ejecutivas, los congresos y los consejos de ministras a pesar de que, imaginándolos ahí, es imposible saber hasta dónde llega el pulpo y hasta dónde el garaje. Pepu no es Máxim porque aterrizó más tarde, pero como las grandes supernovas durará poco: el mismo tiempo que tardan en decepcionar.

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