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Rebeldía rentable

Frente a Cerdán, Ábalos y Koldo, Trump y amnistía. Contra la marejada de la corrupción del triángulo tóxico, el aplauso a la rebeldía ideológica. Así toma aire Sánchez. Creciéndose ante el maleficio. Con arrojo y voz propia. Lo hace propinando la certera coz de un animal político herido. Resurge, por tanto, para satisfacción propia y de quienes lo sustentan con un evidente desgaste compartido y bajo una vomitiva escandalera judicial, mediática y parlamentaria difícilmente soportable. Hasta la siguiente estación del via crucis.

Acuciado por la catarata de escabrosos escándalos, el presidente escogió maquiavélicamente de su prolífera chistera un conejo desequilibrante para sacudirse tanta asfixia. Tiró por elevación. Eligió a Trump. Maquinó así una afrenta a modo de David contra Goliat, pelea que, por desigual, siempre despierta el interés de los focos. Bingo. Plantó cara al dirigente teóricamente más poderoso del mundo hasta sacarle de quicio. Y lo hizo como ese hombre de Estado que antepone el bienestar social de su país al siempre impopular gasto militar. Doble victoria ante el pasmo generalizado de otros miembros de la OTAN que también piensan lo mismo, que tampoco cumplirán jamás la desquiciada petición del 5% para defenderse del enemigo, pero que no abrieron la boca. Una soledad hiriente para sus futuros intereses porque, sin duda, despelleja varios jirones de su hasta ahora bien cuidada imagen europeísta.

En una lectura de corto recorrido, Sánchez ha rentabilizado el pulso a Trump, fiel otra vez a su inveterado pragmatismo. Como acostumbra, cuando transita acuciado cerca del precipicio, este osado líder siempre encuentra ante el agobio la válvula de escape necesaria. Eso sí, quizá nunca se haya sentido más cuestionado que ahora. Sobre todo, porque asume la gravedad de la amenaza y del descrédito que le rodea sin saber hasta cuándo durará la sangría y su alcance. El culebrón de las corruptelas de socialistas sigue favoreciendo sin tregua el morbo y la ansiedad, además de la indignación generalizada. La inmediata comparecencia del envalentonado Santos Cerdán ante el juez altera, y con razón, los biorritmos en Ferraz y La Moncloa. Demasiados ojos pendientes de su declaración que, al menos, no será televisada. Lógica expectación que haría muy difícil asumir un fiasco. Ya un precedente. Los socialistas contuvieron durante horas el aliento mientras Ábalos y Koldo escurrían sus maldades ante el juez y, al final, acabaron aliviados.

El poliédrico personaje navarro asemeja una bomba de racimo. Le sobran motivos. Nadie entiende sin él la trastienda del sanchismo ortodoxo. Siempre estuvo ahí cuando se le necesitó para sortear retos escabrosos, descabezar rebeldes, recomponer listas, apañar voluntades. Incluso, aún tenía tiempo para asegurarse la adjudicación beneficiosa de una infraestructura millonaria sin que se le moviera un músculo de la cara ni se enrojeciera por la sistemática depravación. Ni siquiera ahora, en el epicentro de la desvergüenza, pierde la cara de bonachón con quien compartir sin remilgos una distendida ronda de vinos.

La espera de Puigdemont

También Cerdán satisfizo a su jefe cuando le aseguró el intrincado respaldo de Junts a su investidura. Fue ahí donde se ganó con astucia la confianza de Puigdemont. Por eso le creyeron en Waterloo cuando aventuró que la amnistía sería un hecho en verano y que el regreso a Catalunya estaría más cerca. Acertó allí donde solo llega la mano del poder. Sánchez siempre tuvo confianza ciega en Conde-Pumpido y de ahí que siempre haya contemplado sin duda alguna el respaldo que el Tribunal Constitucional acabaría aportando a la ley de amnistía. En el caso de la contumacia del Supremo con la dichosa malversación durante la rebeldía independentista, la misión resulta imposible y sigue siendo el nudo gordiano que agranda la comprensible polémica jurídica y política sobre el alcance del perdón.

Más allá de la tensa espera que le aguardará durante cierto tiempo a Puigdemont para conocer la fecha de su vuelta triunfal, Sánchez ha sido fiel a su compromiso. Nunca ha dejado de cumplir con las exigencias de la derecha catalanista, ni siquiera las más delicadas mientras adormecía los ímpetus soberanistas. Al hacerlo y apuntalar unos votos tan necesarios aleja el fantasma del adelanto electoral que tanto se ansía en Madrid. En paralelo, agudiza la rabieta de un PP, instalado únicamente en su único propósito de proyectar sin desmayo, y aderezado de una algarabía ensordecedora, la imagen de un desgobierno carcomido por la degeneración de su adversario.